Decidí volverme a vivir a la Argentina. Fueron meses de pura contemplación, de esperar a que la respuesta llegara sola… al conciente, porque seguramente ya la tenía. Sentía que no podía decidir entre dos lugares tan cercanos a mi corazón por distintas razones. Para empezar, la gente maravillosa acá y allá. Unida a unos por el afecto incondicional de toda la vida, la cultura, los códigos tácitos y las historias de niñez, adolescencia y comienzo del desarrollo de la vida adulta; a los otros por el afecto incondicional de la familia sustituta, la comunidad rica en culturas, los nuevos códigos híbridos y las historias de la vida adulta en su plenitud.
Cuando uno se va de su país, entra en un limbo del cual nunca podrá salir, creo (por ahora). Uno no es de acá ni de allá, y al mismo tiempo lo es. Uno entra en un estado de distancia emocional. Este estado, que seguramente todos los que se van de su país conocen, tiene que ver con el instinto de supervivencia. Es la única manera que uno tiene de acostumbrarse a estar lejos de la-gente-con-la-que-ha-estado-toda-la-vida. No es poca cosa. Según mi experiencia, luego de visitar mi país de origen, en cuanto volvía a los Estados Unidos automáticamente “estaba ahí”. La cabeza es piadosa en ese sentido.
Ahora, luego de varios meses, empiezo a sentir adentro, bien adentro, que estoy empezando a “estar acá” de nuevo.
La felicidad que estoy empezando a sentir es nueva e inexplicable, calmadamente desbordante.
miércoles, 4 de julio de 2007
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2 comentarios:
"La felicidad que estoy empezando a sentir es nueva e inexplicable, calmadamente desbordante." Esa ultima frase es suficiente amiga.. Me alegro que te sientas "alla" y a gusto.. Te vamos a extranar mucho en estas tierras lejanas.. pero mientras sigas a tu corazon, los que te queremos estaremos felices por ti. Beshitos.
Sos un sol.
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