miércoles, 4 de julio de 2007

El desarraigo

(Escrito el 1ro. de marzo de 2007)

Según el diccionario de la Real Academia Española:

desarraigo.

1. m. Acción y efecto de desarraigar.

desarraigar.
(De des- y arraigar).

1. tr. Arrancar de raíz una planta. U. t. c. prnl.
2. tr. Extinguir, extirpar enteramente una pasión, una costumbre o un vicio. U. t. c. prnl.
3. tr. Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos. U. t. c. prnl.
4. tr. desus. Expulsar, echar de un lugar, especialmente a un invasor o enemigo.

Estoy sentada en mi departamento alquilado en Buenos Aires, Argentina. Después de ocho años, aquí estoy de vuelta. Las calles me resultan desconocidas pero el aire me trae los aromas con los que crecí. Soy una habitante más de la ciudad y también una turista. Esa es una de las cosas maravillosas que te regala vivir en el exterior: poder mirar todo lo conocido con ojos de ignorante. Volver a ser una principiante.

No sé bien cuándo empezó esta historia. Seguramente allá por los años ’80. Dos años de mi infancia en los Estados Unidos hicieron que fuera siempre un poquito de ese país. La vida me sucedió muy rápidamente, como a la mayoría de las personas. Y un día, después de casi veinte años, me encontré armando valijas y embalando cajas para irme de nuevo al país del norte. Creí que para siempre. Los ocho años siguientes estuvieron llenos de descubrimientos, externos e internos; de culturas y costumbres diferentes; y un día empecé a soñar en un idioma que no era el mío. Puedo decir que mi vida adulta floreció allá, en uno de los cincuenta estados.

Lo que no imaginé vívidamente el día que armaba las valijas y embalaba las cajas era que ocho años después viviría en carne propia la realidad más confusa, incierta y ensordecedora: el desarraigo.

Coincidamos en que el mundo de las comunicaciones hoy en día es muy distinto a lo que era en los años ’80, cuando viví la punta del iceberg del cruel desarraigo. Entonces no había correo electrónico ni chat ni llamadas internacionales a precios accesibles (y hasta gratis) ni productos típicos de mi país. El aislamiento era parte del desarraigo. Recuerdo los festejos cuando nos llegaba la encomienda con yerba mate, entre otras cosas, que enviaba mi familia desde Buenos Aires. A veces secábamos la yerba y la guardábamos por las dudas que la próxima encomienda no llegara o se atrasara. Y los llamados eran una vez por mes, operadora de por medio. Teníamos que planear estar ese domingo en casa todo el día porque no sabíamos a qué hora iban a efectuar la comunicación.

Así y todo, con las promociones actuales de pasajes y todo, la realidad es que viviendo en el exterior, empecé a cambiar las idiosincrasias, el sentido del humor y la manera de relacionarme. Las prioridades cambiaron, porque empecé a formar parte de otro sistema. Entonces, cada vez que visitaba mi país de origen, me emocionaba al reencontrarme con todo lo que seguía estando en mis células pero que no había usado de manera cotidiana. Todo se volvía simpático y llamativo, casi como si nunca hubiera sido parte de mí. Y después de unos días, algunas de esas cosas empezaban a irritarme. Claro, ya no las entendía, y a veces me molestaban.

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