Sentada en el comedor de su casa, escribía vaya a saber qué. Su rostro tenía una expresión relajada, como si estuviera dibujando. ¿Qué escribía en ese papel? Qué la transportaba a otro lugar, sin permitirle darse cuenta de que él estaba, parado a tres metros, mirándola, esperándola. Una vez más, la esperaba. No era la primera vez que ella entraba en ese mundo de fantasía. Él deseaba ser parte de ese mundo. Ese mundo inexistente y sin embargo, tan real. Sí, ese mundo era más real de lo que ellos tenían. Incontables son las veces que la miró, con desesperación callada, mordiéndose su labio inferior y rogando que ella advirtiera cómo la miraba. Y aunque suene extraño, ella también lo quería.
La distancia que había entre ellos era inconquistable. Jamás podrían mirarse a los ojos y entenderse, porque ella no quería estar en este mundo. Ella no quería miradas con él ni películas agarrados de las manos ni recetas hechas juntos. Ella quería poesía y vino, melodías eternas. Ella quería mirar con los ojos cerrados.
Desde hacía muchísimo tiempo, ella lo había aceptado… él jamás lo entendería.
martes, 12 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario