viernes, 20 de julio de 2007
Nacionalidad múltiple
Con amigos argentinos, mexicanos, colombianos, estadounidenses, dominicanos, peruanos, venezolanos, españoles, puertorriqueños, salvadoreños, filipinos, coreanos, italianos, ingleses, turcos, suecos... puedo decir que soy un poquito argentina, mexicana, colombiana, estadounidense, dominicana, peruana, venezolana, española, puertorriqueña, salvadoreña, filipina, coreana, italiana, inglesa, turca, sueca...
martes, 17 de julio de 2007
Llevate una bolsita, no seas así
Existe la gran posibilidad de que la razón número ocho por la que hay tanta gente con cara larga en este país sea porque hay que estar siempre mirando el suelo para evitar pisar los pupús que dejan los perros. O mejor dicho, los dueños.
domingo, 15 de julio de 2007
El enano me robó el espejo mágico
Miré el espejo. Vi mi cara ahora.
Apagué la luz. Caminé.
Miré las vetas de la madera de la mesa. Vi mi cara después.
Apagué la luz. Caminé.
Miré las vetas de la madera de la mesa. Vi mi cara después.
viernes, 13 de julio de 2007
Compás
Pocas canciones son tan hermosas y eternas como la que copio abajo.
Esta canción, que me hizo estallar en llanto una tarde manejando en la autopista 101 con dirección sur (ay, esas dos estrofas antes del último estribillo), ahora forma parte de mi repertorio para una fiesta bien porteña. Celebración. El círculo se cierra.
Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo.
Cambia el clima con los años
cambia el pastor su rebaño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia el más fino brillante
de mano en mano su brillo
cambia el nido el pajarillo
cambia el sentir un amante.
Cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cause daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia el sol en su carrera
cuando la noche subsiste
cambia la planta y se viste
de verde en la primavera.
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Pero no cambia mi amor
por más lejos que me encuentre
ni el recuerdo ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente.
Lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana.
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Gracias por haberme mantenido sensible, Mercedes (y tantos otros).
Esta canción, que me hizo estallar en llanto una tarde manejando en la autopista 101 con dirección sur (ay, esas dos estrofas antes del último estribillo), ahora forma parte de mi repertorio para una fiesta bien porteña. Celebración. El círculo se cierra.
Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo.
Cambia el clima con los años
cambia el pastor su rebaño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia el más fino brillante
de mano en mano su brillo
cambia el nido el pajarillo
cambia el sentir un amante.
Cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cause daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia el sol en su carrera
cuando la noche subsiste
cambia la planta y se viste
de verde en la primavera.
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Pero no cambia mi amor
por más lejos que me encuentre
ni el recuerdo ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente.
Lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana.
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Cambia todo cambia
Gracias por haberme mantenido sensible, Mercedes (y tantos otros).
jueves, 12 de julio de 2007
Si es Mariel, les digo adiós
El olor a colonia barata en el ascensor de mi edificio ya se está volviendo insoportable. Estoy seriamente pensando en empezar a usar las escaleras. No me importa el tiempo que me lleve transitar los nueve pisos.
En el consorcio ya me metieron. Ahora falta enterarme que la de la colonia se llama Mariel, y termino en cana.
En el consorcio ya me metieron. Ahora falta enterarme que la de la colonia se llama Mariel, y termino en cana.
martes, 10 de julio de 2007
Nieve en Buenos Aires
miércoles, 4 de julio de 2007
Cambiar de piel
(Escrito a fines de 2005)
El peso de los jirones es mucho,
debo abandonarlos si quiero seguir.
Para poder ser hay que deshacer,
hay que abrazar y soltar.
Para entender hay que acariciarse
hay que dejarse y dejar ser
hay que saber sin saber
y adivinar sin envejecer.
Como un río, la calma y las corrientes.
Como la sangre, el torrente y la fluidez.
Como la tormenta, el murmullo y la exaltación.
Como un grito, inquietante y liberador.
El peso de los jirones es mucho,
debo abandonarlos si quiero seguir.
Para poder ser hay que deshacer,
hay que abrazar y soltar.
Para entender hay que acariciarse
hay que dejarse y dejar ser
hay que saber sin saber
y adivinar sin envejecer.
Como un río, la calma y las corrientes.
Como la sangre, el torrente y la fluidez.
Como la tormenta, el murmullo y la exaltación.
Como un grito, inquietante y liberador.
La adaptación
Decidí volverme a vivir a la Argentina. Fueron meses de pura contemplación, de esperar a que la respuesta llegara sola… al conciente, porque seguramente ya la tenía. Sentía que no podía decidir entre dos lugares tan cercanos a mi corazón por distintas razones. Para empezar, la gente maravillosa acá y allá. Unida a unos por el afecto incondicional de toda la vida, la cultura, los códigos tácitos y las historias de niñez, adolescencia y comienzo del desarrollo de la vida adulta; a los otros por el afecto incondicional de la familia sustituta, la comunidad rica en culturas, los nuevos códigos híbridos y las historias de la vida adulta en su plenitud.
Cuando uno se va de su país, entra en un limbo del cual nunca podrá salir, creo (por ahora). Uno no es de acá ni de allá, y al mismo tiempo lo es. Uno entra en un estado de distancia emocional. Este estado, que seguramente todos los que se van de su país conocen, tiene que ver con el instinto de supervivencia. Es la única manera que uno tiene de acostumbrarse a estar lejos de la-gente-con-la-que-ha-estado-toda-la-vida. No es poca cosa. Según mi experiencia, luego de visitar mi país de origen, en cuanto volvía a los Estados Unidos automáticamente “estaba ahí”. La cabeza es piadosa en ese sentido.
Ahora, luego de varios meses, empiezo a sentir adentro, bien adentro, que estoy empezando a “estar acá” de nuevo.
La felicidad que estoy empezando a sentir es nueva e inexplicable, calmadamente desbordante.
Cuando uno se va de su país, entra en un limbo del cual nunca podrá salir, creo (por ahora). Uno no es de acá ni de allá, y al mismo tiempo lo es. Uno entra en un estado de distancia emocional. Este estado, que seguramente todos los que se van de su país conocen, tiene que ver con el instinto de supervivencia. Es la única manera que uno tiene de acostumbrarse a estar lejos de la-gente-con-la-que-ha-estado-toda-la-vida. No es poca cosa. Según mi experiencia, luego de visitar mi país de origen, en cuanto volvía a los Estados Unidos automáticamente “estaba ahí”. La cabeza es piadosa en ese sentido.
Ahora, luego de varios meses, empiezo a sentir adentro, bien adentro, que estoy empezando a “estar acá” de nuevo.
La felicidad que estoy empezando a sentir es nueva e inexplicable, calmadamente desbordante.
El desarraigo
(Escrito el 1ro. de marzo de 2007)
Según el diccionario de la Real Academia Española:
desarraigo.
1. m. Acción y efecto de desarraigar.
desarraigar.
(De des- y arraigar).
1. tr. Arrancar de raíz una planta. U. t. c. prnl.
2. tr. Extinguir, extirpar enteramente una pasión, una costumbre o un vicio. U. t. c. prnl.
3. tr. Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos. U. t. c. prnl.
4. tr. desus. Expulsar, echar de un lugar, especialmente a un invasor o enemigo.
Estoy sentada en mi departamento alquilado en Buenos Aires, Argentina. Después de ocho años, aquí estoy de vuelta. Las calles me resultan desconocidas pero el aire me trae los aromas con los que crecí. Soy una habitante más de la ciudad y también una turista. Esa es una de las cosas maravillosas que te regala vivir en el exterior: poder mirar todo lo conocido con ojos de ignorante. Volver a ser una principiante.
No sé bien cuándo empezó esta historia. Seguramente allá por los años ’80. Dos años de mi infancia en los Estados Unidos hicieron que fuera siempre un poquito de ese país. La vida me sucedió muy rápidamente, como a la mayoría de las personas. Y un día, después de casi veinte años, me encontré armando valijas y embalando cajas para irme de nuevo al país del norte. Creí que para siempre. Los ocho años siguientes estuvieron llenos de descubrimientos, externos e internos; de culturas y costumbres diferentes; y un día empecé a soñar en un idioma que no era el mío. Puedo decir que mi vida adulta floreció allá, en uno de los cincuenta estados.
Lo que no imaginé vívidamente el día que armaba las valijas y embalaba las cajas era que ocho años después viviría en carne propia la realidad más confusa, incierta y ensordecedora: el desarraigo.
Coincidamos en que el mundo de las comunicaciones hoy en día es muy distinto a lo que era en los años ’80, cuando viví la punta del iceberg del cruel desarraigo. Entonces no había correo electrónico ni chat ni llamadas internacionales a precios accesibles (y hasta gratis) ni productos típicos de mi país. El aislamiento era parte del desarraigo. Recuerdo los festejos cuando nos llegaba la encomienda con yerba mate, entre otras cosas, que enviaba mi familia desde Buenos Aires. A veces secábamos la yerba y la guardábamos por las dudas que la próxima encomienda no llegara o se atrasara. Y los llamados eran una vez por mes, operadora de por medio. Teníamos que planear estar ese domingo en casa todo el día porque no sabíamos a qué hora iban a efectuar la comunicación.
Así y todo, con las promociones actuales de pasajes y todo, la realidad es que viviendo en el exterior, empecé a cambiar las idiosincrasias, el sentido del humor y la manera de relacionarme. Las prioridades cambiaron, porque empecé a formar parte de otro sistema. Entonces, cada vez que visitaba mi país de origen, me emocionaba al reencontrarme con todo lo que seguía estando en mis células pero que no había usado de manera cotidiana. Todo se volvía simpático y llamativo, casi como si nunca hubiera sido parte de mí. Y después de unos días, algunas de esas cosas empezaban a irritarme. Claro, ya no las entendía, y a veces me molestaban.
Según el diccionario de la Real Academia Española:
desarraigo.
1. m. Acción y efecto de desarraigar.
desarraigar.
(De des- y arraigar).
1. tr. Arrancar de raíz una planta. U. t. c. prnl.
2. tr. Extinguir, extirpar enteramente una pasión, una costumbre o un vicio. U. t. c. prnl.
3. tr. Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos. U. t. c. prnl.
4. tr. desus. Expulsar, echar de un lugar, especialmente a un invasor o enemigo.
Estoy sentada en mi departamento alquilado en Buenos Aires, Argentina. Después de ocho años, aquí estoy de vuelta. Las calles me resultan desconocidas pero el aire me trae los aromas con los que crecí. Soy una habitante más de la ciudad y también una turista. Esa es una de las cosas maravillosas que te regala vivir en el exterior: poder mirar todo lo conocido con ojos de ignorante. Volver a ser una principiante.
No sé bien cuándo empezó esta historia. Seguramente allá por los años ’80. Dos años de mi infancia en los Estados Unidos hicieron que fuera siempre un poquito de ese país. La vida me sucedió muy rápidamente, como a la mayoría de las personas. Y un día, después de casi veinte años, me encontré armando valijas y embalando cajas para irme de nuevo al país del norte. Creí que para siempre. Los ocho años siguientes estuvieron llenos de descubrimientos, externos e internos; de culturas y costumbres diferentes; y un día empecé a soñar en un idioma que no era el mío. Puedo decir que mi vida adulta floreció allá, en uno de los cincuenta estados.
Lo que no imaginé vívidamente el día que armaba las valijas y embalaba las cajas era que ocho años después viviría en carne propia la realidad más confusa, incierta y ensordecedora: el desarraigo.
Coincidamos en que el mundo de las comunicaciones hoy en día es muy distinto a lo que era en los años ’80, cuando viví la punta del iceberg del cruel desarraigo. Entonces no había correo electrónico ni chat ni llamadas internacionales a precios accesibles (y hasta gratis) ni productos típicos de mi país. El aislamiento era parte del desarraigo. Recuerdo los festejos cuando nos llegaba la encomienda con yerba mate, entre otras cosas, que enviaba mi familia desde Buenos Aires. A veces secábamos la yerba y la guardábamos por las dudas que la próxima encomienda no llegara o se atrasara. Y los llamados eran una vez por mes, operadora de por medio. Teníamos que planear estar ese domingo en casa todo el día porque no sabíamos a qué hora iban a efectuar la comunicación.
Así y todo, con las promociones actuales de pasajes y todo, la realidad es que viviendo en el exterior, empecé a cambiar las idiosincrasias, el sentido del humor y la manera de relacionarme. Las prioridades cambiaron, porque empecé a formar parte de otro sistema. Entonces, cada vez que visitaba mi país de origen, me emocionaba al reencontrarme con todo lo que seguía estando en mis células pero que no había usado de manera cotidiana. Todo se volvía simpático y llamativo, casi como si nunca hubiera sido parte de mí. Y después de unos días, algunas de esas cosas empezaban a irritarme. Claro, ya no las entendía, y a veces me molestaban.
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